
Al final de la etapa todavía me daba la impresión de que el abuelo se habría excedido con la etapa de hoy. Por la tarde me convencí rápidamente de lo contrario. El abuelo a veces estaba al final de sus fuerzas físicas, pero me di cuenta de que se regeneraba con la misma rapidez. Cuando yo me desperté de mi siesta, aún estaba completamente exhausto y con las piernas doloridas, vi que el abuelo ya no estaba en la habitación. Al poco rato me llama por teléfono y me dice en donde me espera. Llevaba casi una hora sentado en un bar merendando queso, jamón y chorizo, y ya había hecho nuevas amistades. Uno de ellos era el cura del pueblo, don José Ramón Lisaso Real.